EL OFICIO DEL AMA DE CASA II, 16-08-09

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Bueno, hasta la cantidad de detergente que se le pone a la lavadora es una tragedia cuando uno no sabe, ¡y no hay a quién recurrir para preguntarle! La sal que hay que poner a la sopa, al pescado, a la masa; cuáles condimentos se le pueden poner a tal guiso, cómo se pueden utilizar los sobrantes de las verduras, frutas, bagazo o lo que sea que haya sobrado para no tirarlos.

A veces pareciera la casa una jungla en la cual vamos explorando, descubriendo, rastreando, olfateando, combatiendo y defendiéndonos con nuestras armas inseparables: escoba, recogedor, sacudidor, trapeador e interminable lista de auxiliares; pino, vinagre, carbonato, cubetas, guantes, fibras, espátula, petróleo, brochas, palas; algodón, curitas, canastas, bolsas de todo género, trapos, telas, hilos, agujas, papeles, cepillos, aceites, grasas, palos, ganchos, alambres, maderas, piedras, tierra, aparatos eléctricos, manuales, libros; encontrando en cada lugar o habitación retos muy diferentes: de la cocina al baño, a las recámaras, a la sala, al comedor; las escaleras, jardineras, patios, terrazas, banquetas, cocheras, baldíos: todo ayuda a agudizar los sentidos, inventando nuevas formas siempre para tratar de resolver rápido y bien. Hay que salir lo mejor posible sin accidentes o contratiempos, pero cuando aparecen, también se deben resolver en el momento: una cortada, una caída, un golpe, un susto, una llamada telefónica, el timbre de la puerta, descomposturas de aparatos, bajas totales en el arsenal; se debe improvisar entonces: sustituir, sobarse, curarse, componer, limpiar, recoger, levantarse, llamar por teléfono, reírse y volver a empezar.

El lugar en donde estamos viviendo actualmente mi esposo y yo tiene amplios terrenos despoblados, la casa está sola en medio como de campo traviesa, por lo tanto pasan, y se meten por acá alacranes, tarántulas, conejos, gatos, mariposas negras y de colores, abejas, ardillas, vacas, borregos, chivos, perros, zorrillos; animales que nos daban al principio miedo, pero con los cuales nos hemos ido acostumbrando. Pues una vez, estando limpiando el futuro estacionamiento -la casa estaba en obra negra-,  encontré tirada la parte de atrás de una ardilla, dos patitas y la cola; me dio terror y lo primero que pensé fue en salir corriendo a la calle gritando como loca, pasándome igualmente otros mil pensamientos por la cabeza en segundos: creí  que  alguien me había querido asustar, pero deduje que eso no era posible, pues se encontraba la casa cerrada y no había nadie más; o sería una broma pero ¿de quién?, o si era brujería ¿quién podría haber entrado única y exclusivamente a poner aquello, y quién podría desearnos mal? Me fui del lugar y volví varias veces para ver si desaparecía, pero no. Entonces me armé de todas mis fuerzas, recogí los despojos, los tiré, ¡y ya! Más tarde descubrimos Alfonso y yo que entraban gatos al estacionamiento como Pedro por su casa, lo cual, al fin resolvió mis dudas.

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